El actual modelo agrícola se encuentra en la necesidad de incrementar la productividad de forma sostenible, gestionando adecuadamente los recursos y en un ámbito de cambio climático adverso a nivel mundial. En este contexto, la innovación en áreas como la nutrición vegetal, la biofertilización, los bioestimulantes y el biocontrol, se presenta como un requisito indispensable.

A nivel de política internacional, la transición hacia sistemas alimentarios más respetuosos con el medioambiente, en línea con directrices europeas como el Pacto Verde y la estrategia De la Granja a la Mesa, exige soluciones de alta tecnología y base científica. Y es aquí, donde la colaboración entre las universidades y el tejido empresarial se convierte en el motor del progreso, creando un puente fundamental entre el conocimiento y su aplicación práctica en el campo.

Esta sinergia permite transformar los descubrimientos de laboratorio en productos con formulaciones eficaces para el agricultor, impulsando un sector más competitivo, rentable y sostenible.

La transferencia del conocimiento en el laboratorio al campo.

La generación de un nuevo producto para la agricultura avanzada rara vez es fruto de la espontaneidad; es el resultado de un largo proceso que comienza en la investigación básica.

En este sentido, las soluciones del mañana tienen su base en la comprensión de la fisiología vegetal, la microbiología del suelo y las interacciones con la planta. Y hay entra en juego la colaboración con las universidades, que permiten a las empresas acceder a un conocimiento de vanguardia. Así, la investigación básica, aunque no tenga una aplicación comercial inmediata, es la que abre la puerta a innovaciones de interés. Por ejemplo, el descubrimiento de una nueva ruta metabólica en una planta para resistir el estrés hídrico, puede ser el punto de partida para desarrollar una nueva generación de bioestimulantes.

Para que este conocimiento no se quede en una publicación científica, existen mecanismos de transferencia bien definidos. Las Oficinas de Transferencia de Resultados de Investigación (OTRI) de las universidades son un elemento importante, actuando como intermediarias para licenciar patentes o know-how.

Sin embargo, los modelos más eficaces son los proactivos, como la creación de Cátedras de Empresa, los proyectos de investigación conjuntos o los doctorados industriales, donde un investigador desarrolla su tesis en un entorno que combina el rigor académico con las necesidades reales del mercado.

En estos casos, la comunicación es bidireccional, y la industria no es un mero receptor de tecnología; desempeña un papel crucial al trasladar a los centros de investigación los desafíos y problemas concretos que afrontan los agricultores.

¿Cómo mejorar la eficiencia en la absorción de fósforo en suelos calcáreos? ¿Qué microorganismos pueden controlar eficazmente un hongo de suelo específico sin generar resistencias? Estas preguntas como ejemplos, planteadas desde la experiencia de campo, orientan las líneas de investigación aplicada de la universidad, asegurando que los esfuerzos se centren en resolver problemas reales y pertinentes para el sector.

Investigando bioestimulantes en la universidad

El impacto sobre la sostenibilidad y rentabilidad en la agricultura.

La colaboración entre el mundo académico y la empresa materializa sus beneficios en el campo, con un impacto medible tanto en la sostenibilidad como en la rentabilidad.

Cada innovación surgida de esta sinergia contribuye a los objetivos perseguidos y el papel de las empresas es fundamental para que estas innovaciones sean adoptadas a gran escala.

Una universidad puede demostrar la eficacia de un compuesto en condiciones de laboratorio o en una pequeña parcela experimental. Sin embargo, es la empresa la que asume el reto de escalar la producción, desarrollar una formulación estable y comercialmente viable, superar los complejos procesos de registro y, finalmente, comunicar su valor y modo de uso al técnico y al agricultor.

Un ejemplo de este rol son las empresas asociadas a AEFA, actuando como el vehículo que lleva la ciencia desde el laboratorio hasta el cultivo, garantizando su correcta aplicación y eficacia.

Volviendo a la colaboración estratégica entre universidades y empresas de nutrición vegetal, biofertilización, bioestimulantes y biocontrol, la evaluación su impacto se puede medir a través de múltiples métricas.

A nivel agronómico, se mide el incremento en el rendimiento del cultivo, las mejoras en la calidad del fruto (grados Brix, calibre, vida postcosecha) o la mayor resistencia de la planta a estreses abióticos; y económicamente, el beneficio se traduce en un retorno de la inversión (ROI) positivo para el agricultor, que ve cómo el uso de estas tecnologías mejora su cuenta de resultados.

El Futuro de la colaboración para por una integración estratégica.

Mirando hacia el futuro, la relación entre universidad y empresa en el sector agroalimentario está destinada a ser aún más compleja y estratégica. Los retos venideros, como la adaptación al cambio climático, la gestión de nuevos patógenos o la optimización del uso del agua, requerirán soluciones cada vez más sofisticadas. Pero también la formación de profesionales en especialidades demandadas por las empresas que, desde su integración en ellas, estén ejerciendo su cometido de forma eficiente.

La agricultura de precisión, la genómica y el análisis de big data son campos, entre otros, donde esta colaboración resulta indispensable. Ya no se tratará solo de desarrollar un producto, sino de crear soluciones integradas que combinen productos, tecnologías de aplicación y herramientas de monitoreo digital.

Para fortalecer esta alianza, es necesario implementar estrategias que superen el modelo de proyectos puntuales. Todo apunta a que se debe fomentar la creación de unidades mixtas de investigación permanentes, donde personal de la empresa y de la universidad trabajen codo con codo en instalaciones compartidas.

También, flexibilizar y agilizar los acuerdos sobre la titularidad de la propiedad intelectual es otro punto crítico para evitar que la burocracia frene la innovación. Asimismo, es fundamental promover programas de formación continua que permitan a los profesionales de la industria actualizar sus conocimientos y a los académicos entender mejor la dinámica del mercado.

Y no olvidemos que, en este complejo entorno, las políticas públicas deben jugar un rol de catalizador. La administración debe ir más allá de la simple financiación de proyectos y trabajar en la creación de un verdadero ecosistema de innovación.

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